Una persona que repleta
audiencias; que es aplaudida de pie; que ha participado en una ópera; cuyo
rostro está estampado en poleras, vasos, posters e incluso tatuajes; que tiene
opiniones que circulan por redes sociales con la fluidez de un viral; de quien
se han escrito libros y un documental nominado a los Oscar; que inspira memes,
música y un cierto arte moderno; todo eso solo puede reunirse en una estrella
de la televisión, del cine o la música. Pero hoy, y quien sabe si
crecientemente hacia el futuro, también puede esperarse de una “estrella” del
derecho. Y es que así aparece Ruth Bader Ginsburg, jueza de la Corte Suprema de
Estados Unidos, en el reciente documental dirigido por Julie Cohen y Betsy West
que fue emitido hace unos días en un encuentro organizado por el Columbia Global
Center y la P. Universidad Católica de Valparaíso.
RBG, las iniciales que se han
hecho famosas, llegó a la Corte Suprema el año 1993 designada por el Presidente
Clinton y aprobada por la casi unanimidad del Senado de Estados Unidos. Hoy
tiene 85 años y, con fuerza desde hace más de una década, se ha transformado en
el ícono del progresismo de izquierda en su país. Antes fue jueza en la Corte
Federal en Washington y en los setenta fue una sagaz y exitosa litigante en
causas emblemáticas en favor de la igualdad entre hombres y mujeres.
Su vida, su forma de ser sencilla
y sin estridencias, sus silencios cargados de sentido, su amor por el derecho y
su familia y otra serie de virtudes aparecen una y otra vez a lo largo de casi 100
minutos. A veces emotivo, a veces combativo, a veces levemente superficial pero
casi siempre sincero y transparente, vale la pena sentarse a ver el documental
y dedicar algunos minutos luego a pensar qué nos deja.
La jueza.
Veamos primero su rol como
jueza-pop de innegable influencia y popularidad.
Hay muchas razones por las que el
sistema de Estados Unidos pareciera promover la transformación de los jueces en
héroes o villanos: Marshall, Holmes, Warren, Renquist y el recientemente
fallecido Scalia. Todos ellos y muchos más, han ido dibujando las
características de la figura del juez en ese país que, al menos para nuestra
tradición, todavía nos es lejana. RBG se ha sumado a la lista; cada minuto que
pasa, el documental va mostrando sus apariciones en público e imágenes de
gloria que navegan en la red alternadas con entrevistas y narraciones de casos
famosos que la elevan a los altares del progresismo y de un cierto feminismo
contemporáneo.
Tal vez no es esta elevación del
juez a ícono más cultural (o contra-cultural) que jurídico lo que debamos tomar
como ejemplo. Nuestros jueces siguen siendo, al menos la mayoría de ellos,
figuras neutrales, algo grises, más próximas al formalismo de la jerga que a la
pirotecnia de las redes sociales. Y eso, ojalá por mucho tiempo, está inserto
en lo más profundo de nuestra cultura jurídica. Pero no nos perdamos; quizá tan
solo estamos algo atrás en esta evolución y, al son de resolver controversias que
polarizan, la figura de algunos de ellos será elevada más allá del derecho. No
dejo de imaginar a jueces nacionales a quienes les brillarían los ojos viendo
este documental; quizá no tan conmovidos por la historia personal de Ginsburg,
sino que más por su propia proyección de fama y gloria.
Si es que ello ocurre y las redes
elevan a alguno de estos jueces a figura pop, sea que esté del lado de Ginsburg
o de Scalia, hay un mensaje que está presente en cada rincón del film. Ginsburg
es una jueza de verdad, tiene convicciones pero no sesgos. Lo suyo es
argumentar y persuadir desde el derecho, la Constitución y la ley. No es una
activista dentro de la Corte; de hecho nunca fue una activista; es una mujer de
leyes que trabajaba largas horas quitándole tiempo al sueño; que cumple
rigurosamente la vieja tradición en la Corte Suprema de estrechar la mano de
todos sus colegas jueces al momento de ingresar a la sala de audiencias porque
sabe que, por más distante que sean las posiciones, debe primar la buena fe y
el espíritu republicano que inunda la práctica judicial. Por eso es que su
amigo más fiel fue Scalia con quien disentían y discutían. Pero intuyo que
podía ver en él la misma pasión por el derecho y por la justicia que tiene
ella, y no al enemigo distante a quien hay que derrotar.
Su feminismo.
Otra faceta de Ginsburg que
muestra el documental es su compromiso con la igualdad entre hombres y mujeres.
Alegó y ganó por primera vez un juicio en esta materia en 1973 y, en total, en
los setenta triunfó en cinco de los seis casos que llevó a la Corte Suprema. En
todos pedía la declaración de inconstitucionalidad de leyes que distinguían en
el trato entre mujeres y hombres, sea porque las favorecían o perjudicaban.
Luego, en sus años en la Corte, siguió resolviendo casos emblemáticos para la
causa de la igualdad, a veces en posiciones de mayoría y otras en comentadas
disidencias.
Aun así su feminismo es distinto
al que se siente hoy en Chile. El hecho que largos minutos del documental estén
dedicados a su marido, Martin Ginsburg, con quien estuvo casada durante
cincuenta años y a quien destaca como un aporte esencial en su vida; el que
haya estudiado siendo madre y esposa, que debió abandonar Harvard para ir a
Columbia tras su marido; el hecho que para defender sus causas haya preferido
la persuasión en vez de huelgas y desnudos; su hablar despacio y pausado; en
fin, el que haya dicho a New Yorker
hace algunos años que le molestaba que se dijera que para escalar alto las
mujeres debían abandonar la familia; todo eso y mil imágenes más de moderación
y gradualidad muestran un feminismo dialogante. En donde no hay violencia ni
conspiraciones. Levemente distinto al que vemos en las calles, al que
escuchamos en los medios y al que leemos en twitter.
Al final, hay mucho que ver en ese documental; y algo que reflexionar después de hacerlo. Ginsburg es un aporte para el derecho. No porque crea que lo que escribe en sus decisiones es correcto sino porque muestra facetas que –para progresistas o no; jueces, abogados o cualquiera interesado en la cosa pública– permiten reflexionar.
NOTA.
Tras el documental emitido en un
evento organizado por la Universidad Católica de Valparaíso y el Columbia
Global Center, Verónica Undurraga, Magdalena Engel y Pablo Ruiz-Tagle
conversaron sobre diversos temas que les sugería el testimonio de la jueza
Ginsburg. Algunas de esas ideas han inspirado estas líneas.